Elemento Patrimonial

Existen varias teorías acerca de la introducción y enseñanza del arte del bordado y el calado en las islas Canarias. Con la colonización española se introdujeron diversos saberes artesanales que poco a poco se mezclaron e integraron a las dinámicas humanas, sociales, económicas y productivas del territorio insular. Se plantea que algunas técnicas de bordado de Francia, del sur de la península (Andalucía y Extremadura) y de sectores limítrofes a Portugal fueron adaptadas en las islas permitiendo la creación de nuevos diseños con la impronta personal de las mujeres que los tejían. Martín Hernández indica que el bordado y el calado fueron oficios que se importaron desde Madeira en el siglo XIX (1986), dicha importación no sólo incluyó el diseño de los tejidos sino las técnicas y herramientas para la elaboración de los bordados y el proceso de comercialización.

Josefa Dolores Peña en su libro Bordadoras y Caladoras: historia, negocio y tradición en Telde expone que: “Ente 1860 y 1870 ya se conocía y se bordaba en Telde el Richelieu, popularmente conocido como “Richelú” y otros tipos de puntos utilizados como eran el Filtiré, Tapado, Punto Ruso, etc. Entre los calados el Punto espíritu, la Flor del almendro, el Caracol y flor, Medio marañón, etc.” (2008:25).

Bordar y calar eran actividades realizadas especialmente por mujeres dentro del entorno familiar y en un contexto de grandes limitaciones para este género. Las mujeres vivían bajo el amparo de los hombres y realizar un trabajo fuera de casa no era muy bien visto. Las piezas bordadas y vendidas paliaban múltiples necesidades en un territorio cuya economía era fundamentalmente agrícola.

Las mujeres dedicadas a esta labor tenían que combinar actividades, por un lado, en diversas épocas del año trabajaban como aparceras en zonas de monocultivo agrícola (tomateros), por otro, calaban y bordaban piezas ganando muy poco en relación con todo el tiempo que invertían al elaborar los tejidos. Además de realizar estas actividades las mujeres también se encargaban las labores del hogar, del cuidado de los hijos y de transmitir el arte del tejido a sus hijas, quienes serían las responsables de continuar con esta actividad.

A finales del siglo XIX empresarios y comerciantes ingleses instalados en Canarias, quienes gestionaban las exportaciones de diversos productos desde las islas hacia Inglaterra, empezaron el proceso de explotación de los bordados y calados bajo el modelo madeirense, creando casas exportadoras donde todas las piezas elaboradas eran enviadas a diversos países. “En 1901 se abrió la primera casa exportadora de calados y bordados en Puerto de La Cruz, en Tenerife, en sus inicios contó con 300 caladoras, este modelo se trasladó al resto de las islas, llegando a instalarse más de diez casas exportadoras que enviaban sus mercancías a Europa y Norteamérica, esto supuso una importante ocupación de mano de obra femenina, particularmente en zonas rurales. El principal centro receptor era Londres, que también tenía el monopolio de suministro de telas e hilos a las caladoras canarias” (Sosa, 1993:12).

Según un artículo publicado en Canarias 7, “se estima que hacia 1905 hubo entre 10.000 y 12.000 mujeres dedicadas al calado en Canarias, especialmente en Tenerife, Gran Canaria y La Palma” (2018). El calado y el bordado eran oficios que aprendían las mujeres desde pequeñas, las niñas se sentaban junto con sus madres o vecinas y empezaban a realizar labores básicas como “pasados de hebras”.

Es necesario resaltar que el oficio del calado como manifestación y expresión de identidad tuvo también influencia por la labor que llevaron a cabo algunas mujeres con la Sección Femenina en los años cincuenta, quienes revalorizaron, enseñaron y transmitieron en los talleres locales diversas actividades relacionadas con la mujer según el contexto político y de relaciones de género que se vivía en la época.

En la actualidad ha de resaltarse la labor de continuidad de las Casas-Talleres de Artesanía de la FEDAC y UPES de los Ayuntamientos, donde se realizan toda una serie de puntos rescatados y transmitidos, lo que asegura la pervivencia de labores consideradas perdidas u olvidadas, aunque valoradas como actividades de entretenimiento.